Monday, December 12, 2005

MEMORIAS NAVALES ANTARTICAS I



ESTELAS EN EL HIELO




La valoración de la Antártida, - en su importancia estratégica y geopolítica, en los aspectos técnicos y científicos que la transforman en un gigantesco laboratorio al servicio de la humanidad y finalmente la necesidad de que un pequeño país destine esfuerzos considerables de civiles y militares para mantener una presencia efectiva - proviene de dos fuentes completamente distintas. Una, objetiva y rigurosamente técnico profesional y otra subjetiva, relacionada con lo emocional.
En temas antárticos es posible abstraerse de aspectos subjetivos hasta que se conoce

la Antártida misma. Después de la contemplación de los espacios blanco azulados interminables, de los gigantescos témpanos que vagan a la deriva, de sus especies animales y del empecinado sacrificio de hombres de diferentes razas en conquistarla, ya no es posible ser completamente objetivo. El autor de estas memorias no lo es en absoluto.

Algunos antecedentes

Nuestro país tiene un especial interés en las regiones polares ubicadas en el hemisferio sur. En este sentido el Decreto Nº 226 del 19 de mayo de 1970 expresa el "interés de la República de participar y colaborar en el mejor conocimiento científico de las regiones antárticas que por razones geográficas evidentes ejercen una influencia significativa sobre las condiciones climáticas del país; así como sobre las características físicas y los recursos naturales del mar territorial de la república y de los espacios marinos y aéreos cercanos a nuestras costas".
A partir de la década del 80 la incorporación al Tratado Antártico permite cumplir con el interés expresado.

Marinos uruguayos participaron en una expedición al sur en 1916, procurando infructuosamente -debido al congelamiento del mar circundante- el rescate de los expedicionarios del buque británico “Endurance”, refugiados en la Isla Elefante.

Marinos uruguayos navegaron y participaron en expediciones organizadas por otros países a partir de la década del 50. Puntualmente, los actualmente Capitanes de Navío en situación de retiro, Carlos Rico y Germán Lariau participaron a bordo del buque argentino “Bahía Aguirre” en la campaña del año 1958, denominado “Año Geofísico Internacional”, visitando los lugares donde actualmente se encuentran emplazadas nuestras bases “Artigas” y “Ruperto Elichiribehety”. Y marinos uruguayos, ahora con medios navales propios, continúan haciéndolo en un esfuerzo concurrente con la política del Programa Nacional Antártico conducido por el Instituto Antártico Uruguayo.

A partir de 1991, en que el ROU "Pedro Campbell" realizó la primer Campaña Naval Antártica, las tareas asignadas a este buque y posteriormente al ROU "Vanguardia" han demostrado la innegable importancia del medio naval para la presencia sostenida en el continente blanco, sin menoscabo alguno de la flexibilidad del medio aéreo para el transporte logístico durante un mayor numero de meses, en los que el hielo no permite el acceso por mar.






La Armada ha realizado campañas navales en los veranos 90/91 y 91/92 con el buque ROU "Cte. Pedro Campbell" y a partir del verano 92/93, con el ROU "Vanguardia".
Desde esa fecha, la tarea ha estado a cargo de este buque, existiendo otras unidades con capacidad de navegar en aguas antárticas. A las campañas indicadas debe agregarse las realizadas por el SHOMA, desde el inicio de las actividades nacionales antárticas.
Comentaremos en estas Memorias Navales Antárticas dos campañas en particular, por haberse alcanzado en las mismas hitos de importancia:
La del verano 95-96 en que se instala el primer asentamiento no permanente en territorio continental, y la del verano 97-98 en la que se toma posesión del antiguo refugio británico en Bahía Esperanza, actualmente Estación Científica Antártica Ruperto Elichiribehety.

Campaña Naval Antártica 1995 – 1996. Un Proyecto Naval

La Campaña realizada por el ROU "Vanguardia" en el verano 95/96 registra algunas actividades que constituyen hitos en la actividad de la Armada en los mares australes.
En primer lugar, en 1996 se cumplía el 80º aniversario de la Expedición Nacional al Sur del T/N Ruperto Elichiribehety.
Por otra parte el Mando Naval establece, como objetivo coyuntural del quinquenio: "Incrementar la participación de la Armada en el Programa Nacional Antártico".
Asimismo las capacidades de transporte logístico del buque habían sido mejoradas, aumentando la capacidad de productos congelados, a lo que se agregaría una vez en el área la capacidad de aprovisionar de combustible para un año a la Base Artigas.




En relación a la primera, el Superior autoriza la colocación de una placa recordatoria de la expedición del "Instituto de Pesca Nº 1", que se haría efectiva en un punto a determinar de la Isla Elefante. Esta iniciativa, nacida en el Comando del buque, constituía un merecido y postergado homenaje de la Armada a los primeros marinos Orientales en aventurarse con un buque, y de casco metálico, en esas latitudes, llevados por la misión humanitaria de rescatar un puñado de náufragos.

En relación a la segunda, en cumplimiento a la Directiva del Mando se evalúan en el Estado Mayor de la Flota diferentes opciones; la posible participación de más de un buque en la campaña o el reconocimiento del territorio continental de la península antártica, seguido de la instalación de un asentamiento no permanente en área a determinar.
Durante el proceso de planeo subsiguiente se determina:
Efectuar dentro de la Campaña 95/96 el reconocimiento del área continental de la península antártica entre el Cabo Legoupil y el Cabo Roquemaurel, visita a base o bases extranjeras en la península, prever un fondeo con desembarco e instalación de asentamiento no permanente en la ensenada sin nombre próxima a Cabo Roquemaurel con un reducido grupo de personal, prever un vuelo de reconocimiento previo de una aeronave en apoyo de la aproximación al continente, compatibilización con los planes de futuro del IAU, para explotar la capacidad de aproximación y asentamiento en el continente.

La elección del punto de desembarco se realizó en base al cumplimiento total o parcial de varios requisitos:
Fondo y profundidad aptos para fondeo en condiciones de buen tiempo y moderadamente malo, posibilidad de desembarcar con embarcaciones menores, reparo de los vientos dominantes, terreno apto para futuros desarrollos, acceso al área apto para buques no rompehielos en primavera y verano, área en general libre de témpanos y glaciares, acceso rápido y seguro a aguas despejadas en caso de temporal, proximidad a bases extranjeras, posibilidad del empleo del buque actual, distancia a la BCAA que permita actividades dentro de la campaña antártica habitual.

La elección recae finalmente en el punto antes mencionado, una pequeña caleta sin nombre ubicada entre el Cabo Roquemaurel y Punta Salas, en posición aproximada 63º33' Sur y 58º58' Oeste. La misma se encuentra a unas 70 millas al sur del archipiélago de las Shetland del Sur, y a unas 33 millas de la base más próxima, perteneciente a Chile.

Obtenida la aprobación del proyecto se cumple con los requerimientos de logística, inteligencia del terreno y comunicaciones imprescindibles para su concreción.
Esto incluye la adquisición de equipo y aprovisionamiento para condiciones extremas a ser empleado por un grupo de cuatro hombres durante un período de tres o cuatro días en condiciones de aislamiento, el estudio de cartografía, derroteros, fotografías satelitales disponibles en la época y la preparación de estaciones de comunicaciones y meteorología transportables.
La selección del personal estuvo condicionada a las especialidades requeridas y preparación para la tarea:
Jefe del Elemento de Desembarco, un Oficial Jefe del Estado Mayor de la Flota participante en la planificación de la misión y selección del lugar, C/F (CG) Hernes Rodriguez. Un Oficial del Grupo de Buceo, T/N (CG) Gustavo Zimmer. Un Oficial del Servicio de Hidrografía, Oceanografía y Meteorología de la Armada, T/N (CG) Fernando Rodríguez y el Contramaestre del ROU “Vanguardia” en ese momento, Suboficial de 1ª Enrique Reineri.


El 4 de enero de 1996 zarpa el ROU "Vanguardia" del puerto de Montevideo. Su Comandante – el entonces C/F (CG) Alejandro Laborde - poseía la experiencia de haber participado en 5 campañas anteriores, una de ellas en el buque brasileño "Barón de Teffé".
Se transportaba abordo al Sr. Comandante en Jefe de la Armada – V/A Raúl Risso - y una delegación que le acompañaba, Oficiales y Personal del SHOMA, el Elemento de Desembarco y Guardiamarinas de la ante última promoción egresada de la Escuela Naval.
Previa escala en el puerto argentino de Ushuaia, se fondea frente a la Base Científica Antártica Artigas (BCAA), en la Isla Rey Jorge - archipiélago de las Shetland del Sur - el 14 de enero.

Se encontraba en tierra, en la próxima base aérea de la Fuerza Aérea chilena "Tte. March", la aeronave Beechcraft B200 T Armada 871, lista a reabastecer combustible y decolar en vuelo de reconocimiento al área continental seleccionada.

A la hora 1300 local de ese mismo día 14 de enero de 1996, se efectúa el vuelo desde Isla Rey Jorge a Cabo Roquemaurel e inmediaciones. Participan en el mismo, como Comandante de la aeronave el entonces Comandante de la Aviación Naval, su tripulación, el Jefe del Elemento de Desembarco ya mencionado y el Navegante del buque el entonces T/N (CG) Daniel Oliver.
Con la cartografía argentina y chilena disponible se efectúa la búsqueda del área logrando ubicarla, sobrevolando en el lugar el tiempo necesario para comprobar las facilidades que presentaba para la aproximación por mar.
Se obtiene material fotográfico y video del área objetivo, comprobándose además:
Que el hielo se encuentra abierto en el estrecho de Bransfield entre Rey Jorge y el continente, existe gran cantidad de témpanos y escombros en la derrota a seguir, y que el acceso al interior de la caleta -sin nombre- no está libre, existiendo un pequeño témpano varado en su boca, el que no impide no obstante, la aproximación de embarcaciones menores.






El vuelo realizado, era en ese momento, el cuarto de la Armada a la Antártida, y el más al sur efectuado con aeronaves de ala fija de la Armada Nacional.

La cronología de los vuelos Navales a la Antártida es la siguiente:
• 7 al 15/3/91 Piloto: C/C (CG) Federico Strasser, Tripulación: C/C (CG) Carlos Gatti, C/C (CG) Luis Rossi, CS (Avn) Enrique Souza.
• 24 al 29/3/91 Piloto: C/C (CG) Carlos Gatti, Tripulación: T/N (CIME) Walter Rivas, CP (Avn) Oscar Pereira.
• 18 al 20/1/95 Piloto: C/C Carlos Gatti, Tripulación: C/F (CG) Gastón Bianchi, SOS (Avn) Oscar Pereira.
• 12 al 17/1/96 Piloto: C/F (CG) Federico Strasser, Tripulación: C/F (CG) Gastón Bianchi, SOS ( Avn) Oscar Pereira.


De regreso en la Isla Rey Jorge se efectúa una evaluación del material obtenido por parte del Comandante del buque y el Jefe del Elemento de Desembarco; concluyendo que las condiciones del área responden a lo previsto para el asentamiento no permanente y que la navegación hasta el lugar podía realizarse en condiciones seguras. Autorizada la fase siguiente por el Comandante en Jefe, presente abordo, se efectúan los preparativos finales para el desembarco, mientras se realizaban las restantes tareas rutinarias asignadas al buque para esa campaña.

A pesar de la ansiedad de los involucrados, el cruce al continente se ve demorado. Estando por esos días, de visita en la BCAA el entonces Sr. Ministro de Defensa Nacional, Dr. Raúl Iturria y su comitiva, se deben cumplir actividades protocolares y se efectúa con el Ministro abordo una navegación a la Isla Decepción, ya reconocida por el ROU "Cte. Pedro Campbell", ingresando al lago interior de la misma. Las condiciones meteorológicas adversas no permiten desembarcar.

Una vez de regreso en Isla Rey Jorge se procede, en condiciones no siempre favorables, a la descarga de los abastecimientos esperados por la BCAA. Esta tarea cuenta con el apoyo de la dotación de la misma y un anfibio de la base rusa Bellinghausen. La dotación del buque y personal del GRUBU debe cumplir extensas jornadas de trabajo en temperaturas bajo cero y sensación térmica extremadamente fría.

El día 18 de enero se zarpa en demanda de Isla Elefante, habiendo desembarcado COMAR y encontrándose abordo un Observador del IAU – el entonces C/N (CG) Alejandro Fontanot – e integrantes del Servicio Geográfico Militar.
Tras algunas horas de navegación el buque fondea al sureste de la Isla, procurándose seleccionar con la cartografía disponible, el radar y visualmente, posibles puntos de desembarco. Las condiciones extremadamente adversas, con ráfagas de viento de fuerza huracán en la escala Beaufort, impiden el desembarco hasta el día 20.
Ese día, una dotación integrada por el C/F (CG) Hernes Rodriguez, el T/N (CG) Sergio Pereira, el T/N (CG) Gustavo Zimmer y el A/N (CAA) Alberto Dauber, desembarca con un bote neumático en una playa pedregosa, de aparente fácil accesibilidad.
En una sencilla ceremonia se coloca una base con una placa de bronce que reza:


República Oriental del Uruguay
Armada Nacional
ROU Vanguardia
Campaña Antártica 1995 - 1996
"Imponer a la dura impenetrabilidad de los hielos
la tenacidad perseverante de nuestra sangre"
Ruperto Elichiribehety, 1916

En recuerdo y homenaje a la expedición antártica de 1916 comandada por el Teniente de Navío Ruperto Elichiribhety a bordo del "Instituto de Pesca Nº 1" para el rescate de los sobrevivientes de la expedición británica al mando de Sir Ernest Shackleton.

Quedando allí el sentido y merecido reconocimiento a los camaradas que nos precedieron en las aguas australes.





Completada esta tarea, se atraviesa el estrecho de Bransfield, y después de navegar varias millas entre témpanos a la deriva y escombros cada vez más numerosos, se arriba el día 21 en horas de la mañana a las proximidades del Cabo Legoupil en donde se encuentra emplazada la base "O'Higgins" del Ejército Chileno. La visita efectuada por dos grupos de Oficiales y Personal del buque, constituía la primera de un buque de la Armada a una base en el territorio continental de la península, siendo registrada como tal en el libro de arribos de la misma.

Finalizada la visita y ya en horas de la tarde se navega dando un largo rodeo hacia el Cabo Roquemaurel, situado unas 33 millas al Sur Oeste de la base chilena.

El día 21 de enero, a las 1915 hora local, con el buque manteniéndose sobre máquinas se desembarcan integrantes del Elemento de Desembarco, en la que comienza a denominarse por parte de la tripulación, "Caleta del Vanguardia". Reconocido el lugar en forma expeditiva, y efectuada una inspección ocular por parte del Observador del IAU y el Comandante del buque, se autoriza la instalación del primer asentamiento no permanente de la Armada en territorio antártico continental por los días 21, 22 y 23 de enero.





Mientras cae la noche el grupo se dedica a montar el campamento, asta de pabellón, antena de radio y estación meteorológica. Debido a no poseerse batimetría confiable del área, el "Vanguardia" navega hacia aguas mas seguras, desistiendo de fondear y manteniendo enlace radial con el grupo en tierra.





Las condiciones meteorológicas se mantienen estables, siendo la sensación térmica varios grados bajo cero.
La noche transcurre sin novedades, siendo el silencio roto por los gaviotines antárticos anidados en rocas próximas y en una ocasión por la caída al mar de un témpano desprendido de un glaciar próximo.

A las 0800 horas de la mañana siguiente, formados los integrantes del grupo frente al campamento, se cumple con la ceremonia de izado del Pabellón Nacional en el territorio continental.






Poco tiempo después se aprecia la silueta del ROU "Vanguardia" aproximándose. Del mismo desembarcan Oficiales y Personal del SHOMA, GRUBU y SGM, dando comienzo la intensa actividad prevista para el día 22, la que seria completada el día 23: Observación de características generales del área, determinación de espacios para instalación de refugios, existencia de flora y fauna, transitabilidad a las alturas y campo de hielo, existencia de agua, registro fotográfico y de video y obtención de muestras de roca. Las tareas hidrográficas a realizar incluían la observación de mareas, colocación de marcas topográficas del SHOMA y del SGM, reconocimiento de línea de costa, selección y posicionamiento de puntos conspicuos, batimetría en "Caleta del Vanguardia" y proximidades, observaciones meteorológicas y colección de información para derroteros.
Asimismo se obtiene la información requerida para confeccionar el posterior "Informe Preliminar de Impacto Ambiental" a ser elevado por el IAU.






En el correr del día y aprovechando las condiciones meteorológicas y estado del mar se desembarcan del "Vanguardia" grupos de tripulantes para observar las instalaciones y fotografiarse en grupos. La observación de los integrantes del elemento de desembarco almorzando en una mesa armada al aire libre con sillas al tono permitió acuñar el termino "Camping de Roquemaurel", recogido humorísticamente por el periódico de abordo (El Drake); siendo las condiciones de ese día efectivamente las de un camping, ya que el intenso brillo del sol reflejado en el hielo y nieve circundante permitió aligerarse la ropa al extremo de parecer un día primaveral.

El día 23 amaneció con precipitación de aguanieve, habiendo nevado intensamente en la noche. La sensación térmica disminuyo notablemente, siendo verificado el resultado del equipo y vestimenta especialmente adquirida.
Realizadas las tareas pendientes bajo esas condiciones, queda definitivamente emplazada en la orilla opuesta de la caleta, en posición 63º33'01" sur, 58º57'17" oeste, una marca topográfica piramidal con la inscripción:

República Oriental del Uruguay
Armada Nacional
ROU Vanguardia
Campaña Antártica 1995-1996
Marca Topográfica

En el transcurso del día las condiciones meteorológicas desmejoran, tomando el Comandante del buque la decisión de reembarcar el Grupo, considerando cumplidas las tareas requeridas. Próximo a la hora 20 se reembarca el material, así como el personal, mientras las condiciones meteorológicas empeoraban visiblemente.

Además de la información obtenida, que sería objeto de estudio, se puede concluir que el área de Roquemaurel es apropiada para emplazar refugios, existiendo buenos lugares de desembarco - algunos no registrados en derroteros- especialmente con embarcaciones menores y botes neumáticos.
Llegado el momento, la Caleta del vanguardia deberá ser evaluada seriamente como un posible lugar para la construcción de facilidades para buques e instalaciones, considerando que cualquier transporte de material, en grandes volúmenes, será realizado forzosamente por vía marítima y desde un punto accesible por mar.

Tras el cruce del Estrecho de Bransfield se fondea nuevamente en proximidades de la BCAA, continuando a partir del día 24 con las tareas de carga de residuos y material de deshecho de la base.

Durante esos días se efectúan vuelos de reconocimiento a la Isla y visita a bases vecinas en el Helicóptero FAU 031. Se recibe apoyo de esa aeronave de la Fuerza Aérea también para estudiar y fotografiar el lugar donde debería aproximarse el buque para efectuar una maniobra de trasbordo de combustible a tierra.
Esta maniobra surge como requerimiento del IAU, al no estar disponible el reabastecimiento anual de combustible para la base en la forma habitual. Efectuadas las consultas a la ANCAP en cuanto a las características del combustible abordo del buque con resultado favorable, se tiende una maniobra desde el "Vanguardia" -acoderado a poca distancia de la costa- hasta el parque de tanques de la base rusa Bellinghausen.
El ingenio e inventiva del personal de maquinas y buceo del buque permite bombear con los medios disponibles el combustible necesario para la invernada, tarea hasta ese momento no encomendada a la Armada demostrándose empíricamente que puede realizarse en el futuro como parte del sostén logístico naval.

Es digno de mencionarse, como reconocimiento a los camaradas de la Fuerza Aérea presentes en la BCAA, que el día 31 después de varias pruebas de vuelo, y al mando del Jefe del Grupo Aéreo Nº 5 (BYR) – el entonces Tte. Cnel. Álvaro González - se efectúa el primer vuelo de una aeronave de ala rotatoria uruguaya desde Isla Rey Jorge hasta el continente.
Abordo del helicóptero FAU 031, se cruza el Estrecho de Bransfield, aterrizando sobre un glaciar continental y regresando a base. Esto demuestra la capacidad existente para futuros emprendimientos conjuntos en la Península dentro del radio de acción de este tipo de aeronave: desembarco de materiales de abordo, personal y la evacuación aeromedica.

El día 1º de febrero, habiéndose cumplido todas las tareas ordenadas al Grupo de Tareas -y algunas surgidas en el área- se emprende el regreso, previa escala de reabastecimiento en Punta Arenas. Finalmente se arribaría a Montevideo el día 14 siendo recibido el buque con los honores correspondientes.




La Campaña del verano 95/96 es una más en la continua tarea de apoyo a la actividad Antártica, pero en ella se alcanzaron algunos hitos:
• Primer vuelo aeronaval de reconocimiento sobre la península.
• Primer vuelo con helicóptero FAU desde Base Artigas, aterrizando en la península.
• Desembarco y colocación de placa en Isla Elefante.
• Primer asentamiento no permanente en territorio continental.
• Relevamiento cartográfico - con colocación de marca topográfica- de un área potencialmente valiosa para futuros emprendimientos; la que posteriormente sería agregada por gestión de las autoridades nacionales, al nomenclátor de cartografía antártica con el nombre por el que actualmente se le conoce: “Caleta del Vanguardia”
• Primer reabastecimiento de combustible buque - tierra efectuado por el ROU “Vanguardia”.

Sunday, December 11, 2005

MEMORIAS NAVALES ANTARTICAS II




ESTELAS EN EL HIELO





Campaña Naval Antártica 1997 – 1998. La Estación Científica Antártica Teniente de Navío Ruperto Elichiribehety (ECARE)



La “Estación Científica Antártica, Teniente de Navío Ruperto Elichiribehety” está ubicada en la Península Antártica, en Latitud 63º 24´ 08´´ Sur y Longitud 56º 54´ 23´´ Oeste. Tales instalaciones fueron cedidas por el Gobierno Británico y aceptadas en conformidad por el Gobierno Uruguayo, según consta en el Acuerdo constituido por las notas de ambos gobiernos del 8 de diciembre de 1997, y cuyo nombre fue conferido por Resolución Presidencial 1270/997. La fecha de ocupación de las instalaciones por parte de la dotación del Instituto Antártico Uruguayo data del 14 de diciembre y la estación científica fue oficialmente inaugurada el 21 de enero de 1998 con la presencia del Señor Ministro de Defensa Nacional.

La importancia de la inauguración de la nueva estación científica en el Continente Antártico, radica en el continuado interés demostrado por el país en la Antártida, de acuerdo al Artículo XI del Tratado Antártico, reafirmando un principio fundamental inspirador del Año Geofísico Internacional como el “criterio de actividad” en el sentido de status de los países genuinamente interesados y con una trayectoria de servicio a toda la humanidad mediante su presencia continuada en la Antártida. A su vez permite realizar investigaciones, en una posición importante en la Antártida Marítima, desde la cual se puede incentivar la cooperación científica internacional orientada a la conservación del medio ambiente antártico y sus ecosistemas asociados y dependientes.





La Campaña da inicio con la zarpada del ROU “Vanguardia” desde Montevideo, el 21 de Noviembre de 1997, rumbo a Ushuaia - siendo su Comandante el entonces C/F (CG) Pablo Álvarez- donde tras una breve estadía se navega en procura de la Isla Elefante.
En este lugar, el día 30 de noviembre, una dotación baja a tierra y se verifica el buen estado de la Placa instalada dos años antes en conmemoración de la expedición al sur del Teniente de Navío Ruperto Elichiribehety.

Continuando la navegación el día 1º de diciembre de ese año, 1997, de arriba a la Base Científica Antártica Artigas, donde se permanece en maniobras de carga y descarga, trasbordo de combustible a tierra y visita a la Isla Decepción, donde el día 4 de diciembre un grupo de tripulantes baja a tierra recorriendo las abandonadas instalaciones de bases, estaciones balleneras y cementerio allí existente.

De acuerdo a lo previsto, el día 7 se navega al sur en procura de Bahía Esperanza. Se encontraban abordo delegados del Instituto Antártico y la primera dotación de la futura estación científica.
En esta primera navegación, cruzando el estrecho de Bransfield se encuentran numerosos bandejones de hielo de mar que dificultan la navegación. Se navega con precaución entre hielos hasta la hora 08:30 de ese día 7, en que las condiciones obligan al Comandante del buque - C/F (CG) Pablo Álvarez – a comprobar empíricamente la capacidad del buque para abrirse camino, empujando y rompiendo bandejones y los numerosos escombros que cerraban el paso. Tras algo más de cuatro horas – que parecieron días seguramente, para el Comandante y sus Oficiales de Guardia – la pericia de los nombrados y la capacidad marinera del buque permitieron fondear en Bahía Esperanza, divisando, próximo a la hora 01: 05 local, en primer plano la base argentina de ese nombre y a la distancia, en las alturas el color grisáceo de las instalaciones donde se instalaría el ECARE.

Las condiciones meteorológicas en el área dificultaban la descarga ya que forzosamente se requería el empleo de helicópteros para transportar materiales cuyo peso y volumen impedían la descarga mediante embarcaciones y su posterior traslado a las alturas donde se encuentran emplazadas las instalaciones.

Siendo la hora 06:36, la rotación del viento había disminuido considerablemente la visibilidad en el fondeadero y trasladado desde la orilla opuesta de la bahía gran cantidad de hielo marino el que rodea completamente el buque. La precaria situación, encontrándose el buque inmovilizado por la cadena y el ancla obliga a levantar fondeadero y maniobrar durante largo rato hasta quedar libre de los hielos. Debe tenerse en cuanta que si bien la hélice del buque no se encuentra especialmente expuesta, tampoco cuenta con la protección necesaria para navegar maquinas atrás entre hielo compacto, siendo la primera vez que se realizaban estas maniobras en una campaña naval antártica por buques de nuestra Armada.

Las condiciones meteorológicas impedían a su vez la operación de los helicópteros desde Isla Rey Jorge, razón por la cual se decide regresar a la Base Artigas a la espera de condiciones favorables.
El día 14 de diciembre, ahora con excelente meteorología y habiendo coordinado el apoyo del Rompehielos “Irizar” de la Armada Argentina, se regresa al área de Bahía Esperanza. La gestión del Instituto Antártico Uruguayo frente a su par de la República Argentina había permitido coordinar el apoyo de los helicópteros navales de la nave mencionada.




El mismo día 14 de diciembre próximo a la hora 06:00 el ROU “Vanguardia” se encuentra fondeado entre los bandejones de hielo, dentro de la bahía, desembarcando un grupo de tripulantes a efectos de tomar posesión del Refugio Hope. A la hora 06:45 llegan a pie a las alturas donde el mismo se encuentra emplazado: el Coronel Abel Pérez, del Instituto Antártico Uruguayo; el Teniente Coronel José Unsurrunzaga, primer Jefe de Base designado para el ECARE, el Capitán de Fragata (CG) Hernes Rodriguez, del Comando de la Flota y el C/C (CG) Enrique Dupont, Segundo Comandante del ROU “Vanguardia”.



En sencilla ceremonia hace uso de la palabra el primero de los nombrados, registrándose en video la escena, tomando posesión del lugar. Con la llegada de los integrantes de la dotación de la nueva base se procede a la ceremonia que ninguno de los participantes podrá borrar de su mente. El afirmado del Pabellón Nacional.

Finalizado el reconocimiento inicial de las instalaciones, las que en general se encontraban en buen estado; se divisa desde las alturas el ingreso a la Bahía Esperanza - con la puntualidad característica de las operaciones que frecuentemente realizan nuestras armadas - del Rompehielos “Almirante Irizar”. Aeronave en cubierta con rotores en movimiento, y requiriendo cubierta de popa despejada a bordo del “Vanguardia” para dar inicio a la descarga.
En algunas horas de trabajo arduo, con desembarco simultáneo mediante helicóptero y embarcaciones menores se finaliza la tarea.
Tras una emocionada despedida el día 15 de diciembre el ROU “Vanguardia” zarpa rumbo a Punta Arenas, donde arribaría el día 18 habiendo navegado a través del Estrecho de Magallanes.
La aguerrida dotación que permanece en tierra, bajo el mando del Comandante Unsurrunzaga logra transformar en poco más de un mes las instalaciones abandonadas largos años en un refugio aceptable.
Para el día 21 de enero del año 1998, cuando el Sr. Ministro de Defensa, transportado por un helicóptero de la Fuerza Aérea Uruguaya, llega al lugar para la ceremonia oficial de inauguración el gris sucio del refugio había sido sustituido por el rojo brillante que actualmente luce.



Con este relato damos por finalizadas estas memorias de dos Campañas Antárticas significativas por algunos logros alcanzados, pero que en definitiva no representan más que la continuación de un esfuerzo iniciado muchos años atrás por orientales -civiles y militares de todas las Fuerzas- en pos de contribuir en nombre del País con el beneficio de la humanidad. Cabe para todos ellos la frase impresa en bronce que mira al mar desde Isla Elefante:
"Imponer a la dura impenetrabilidad de los hielos la tenacidad perseverante de nuestra sangre".


C/N (CG) Hernes Rodriguez
Setiembre de 2005.

Saturday, December 10, 2005

CRONICAS DE UN SEXTANTE. Cuento


CRÓNICAS DE UN SEXTANTE MARINO


Por: Hernes Rodriguez


A todos aquellos que alguna vez tripularon el mayor buque que izara el Pabellón Nacional, el B/T “Juan Antonio Lavalleja”.



La pequeña luz borrosa apareció de repente, suspendida en el estrecho campo de la retina de cristal. Rápidamente se hizo mas nítida y otra vez borrosa, enfocándose finalmente con claridad. Un telón de fondo muy oscuro, permitía notar que temblaba - tal vez por el frío de la noche - en el centro del campo visual. De golpe cayo...como si le faltara el piso. A medida que se movía en su caída, el telón se fue aclarando hasta llegar a tonos de gris celeste muy oscuro, con pinceladas rojizas. La luz, titilando, se detuvo abruptamente antes de chocar con una superficie negra que se interpuso en su camino. Oscilo a derecha e izquierda como reconociéndola. Se le acerco despacio... y se apoyo casi sin tocarla. Podía imaginarse que la acariciaba. ¡Top!

La imagen desapareció. El hombre barbado leyó en voz alta una escala, apenas iluminado por una tenue lamparilla eléctrica. Su acompañante asintió en silencio y garabateo en la tablilla que sostenía sobre su antebrazo. Ambos miraron el cielo semi-nublado sobre sus cabezas. A lo lejos el horizonte se teñía de colores intensos y más claros que se reflejaban sobre el mar.

Ajena al buque en que viajaban los humanos, la noche se empeñaba contra el nuevo amanecer en otro round de una lucha eterna que sabe ya perdida. La silueta del majestuoso buque tanque empezaba a ser visible apenas.
En esa hora, en que los hombres se sienten inspirados, para la poesía o para evocar al Creador, también ocurren cosas más allá de la imaginación.
Probablemente el claroscuro del crepúsculo, o la influencia de la atracción de la luna, vaya uno a saber, diluya por un rato - así como diluye las formas visibles - la línea entre lo real y lo mágico. Línea esta que podemos traspasar solamente de pequeños o ya muy ancianos. ¡Nunca en la edad de la razón!
Los hombres entraron al enorme puente en tinieblas, apenas alumbrado por algunas luces de instrumentos e indicadores. El sextante fue dejado sobre la larga mesa, apoyado en sus tres pies metálicos, después de lo cual, el navegante encendiendo una portátil, se acodó sobre una libreta donde comenzó los cálculos de los astros que terminaba de observar.
Sobre un rincón de la mesa, la retina de cristal del sextante, con la imagen de la última estrella recién desvanecida, comenzó a ver y sentir nuevamente. Una ligera vibración y una corriente de aire recorrieron el puente y se extendieron a todo el buque, haciendo que el navegante interrumpiera un momento los cálculos y observara sobre su hombro en la oscuridad. Movió la cabeza después de un instante, murmurando en un idioma ininteligible algo que hizo sonreír en la oscuridad al timonel y continuó con su tarea.

¿Y estos quienes son? ¿Que dijo?!!
Las preguntas se cruzaron en el aire entre el baqueteado sextante y la esfera del reloj magistral que terminaba de desperezarse sobre el mamparo de popa. Debajo de él, el registrador gráfico de rumbos, sin dejar de rascar sobre el papel y ya completamente despierto, miro su propia fecha sobre el trazo negro y también vibro en una frecuencia más allá del oído humano:
¡Dos semanas!. Hace dos semanas que anotaron en el papel: “Entrada a Brest. Diciembre 19, 1988".
El aire del puente se llenó de inaudibles mensajes mientras los objetos inanimados cobraban vida. El anemómetro, desde su privilegiada posición, arriba, sobre el mamparo de estribor - veterano marino él - recordó haber pasado por algo parecido cuando después de tres o cuatro años de escuchar hablar en noruego debió aprender español.
¡Nos vendieron! Si, ¡nos vendieron otra vez! Desde las entrañas del buque corrían rápidamente las noticias. En la popa, el fanal recordaba haber sospechado algo, cuando bajo una llovizna persistente, la tripulación formada en ropas de civil y con los bolsos a la mano arrió el pabellón uruguayo, con lágrimas en los ojos y por última vez. Después de eso no los volvió a ver. ¡Se veían tan tristes! ¿Porque se habrán ido?, si todo andaba tan bien.
A medida que los recuerdos se desgranaban, las anécdotas de más de diez años y de sucesivas tripulaciones fueron evocadas. Tan simpática esa gente, casi siempre chupando agua de esas calabacitas llenas de ramitas verdes.
Recuerdo que no contó con la aprobación de un coro de voces que salía de los cajones de la mesa de derrota, donde innumerables cartas del almirantazgo aducían estar llenas de manchas verdes producidas por las tales calabacitas o mates como les llamaban. Se recordaron los primeros viajes y de aquel espantoso temporal en África del Norte, donde el buque maltrecho casi se pierde para siempre.
Las reiteradas reparaciones en Europa, los convoyes al Golfo Pérsico en plena guerra, y fundamentalmente los últimos años, en que el buque nunca estuvo quieto.
Desde las cubiertas de los camarotes, alguien recordó haber visto muchas veces a lo largo de los años lágrimas de soledad, mezcladas con sonrisas de hombres grandes mirando fotos pegadas contra los mamparos. Un cable de antena de la sala de radio, contó de charlas entrecortadas a la distancia, entre voces de hombres, mujeres y niños que se saludaban a través del espacio, dándose noticias no siempre buenas.
Desde la banda de estribor del puente, un aparato – el navegador satelital - a quien los humanos habían puesto el mote de "Arturito", menciono las noches cultas escuchando música clásica e informativos, mientras se comían baldes de helado… siempre de frutilla y crema.
El sextante, por primera vez en años asintió a un comentario de esa odiosa "caja de plástico llena de transistores”. Siempre se conoció a bordo la enemistad manifiesta entre el viejo instrumento, capaz de bajar estrellas y el navegador satelital capaz de comunicarse con su propia constelación de astros metálicos. Enemistad que llego a extremos de odio cuando un navegante inspirado, hizo un cartel con la frase - decía él - en arameo antiguo: "Yacun Purcan Min Semaya", que traducía como "la ayuda vendrá del cielo". Y, en vez de colocarlo en la caja del sextante o junto a las tablas náuticas HO 214, lo hizo sobre el tal Arturito.
Un equipo de VHF - bastante nuevo a bordo - no paraba de reírse, cuando le contaban de una invasión de cucarachas fantasmas en el puente, las que lograban llegar ya muertas a la mesa de derrota.
Desde la frigorífica, voces comentaban los elevados consumos de huevos y tomates en mal estado, que aquella gente empleaba en verdaderas batallas campales, en ocasión de las ceremonias de cruce del Ecuador.
Frigorífica que por otra parte se quejaba de tener que almacenar todavía, los restos del embarque de una piara de 144 lechones congelados que un error de un cero en una solicitud de provisiones ocasionó.
En una ensordecedora mezcolanza de señales todos tenían algo que contar. La consola de maquinas de puente llamó la atención del adormilado timonel, cuando no pudo reprimir un parpadeo de todas sus luces al evocar muy indignada a un perico mexicano - cotorra común según algunos -, que realizó un viaje con su jaula colgada sobre ella, lo que le produjo innumerables manchas de restos de papilla, semillas de girasol y excrementos del tierno animalito, que fue personaje favorito y delicia de toda la tripulación con sus simpáticos chillidos, durante casi un mes.
Afuera el cielo se aclaraba rápidamente, mientras que, sobre la cubierta se distinguían casi perfectamente los objetos, cubiertos de una fina capa de salitre.
Increíblemente ajenos a la cháchara que los rodeaba, los dos hombres, juntos ahora, conversaban con los rostros casi pegados a los cristales del puente, en un idioma que alguien logro identificar como griego. El navegante, (“navegantes somos todos”, solía decir el sextante, solo que yo soy el que tiene que bajar las estrellas dos veces por día) caminó entre el mobiliario y los equipos con agilidad y sin tropezar con nada.
Se aproximó a la carta náutica mirando el perfecto corte que pocos minutos atrás había ploteado, tomó el sextante, lo miro con un gesto de aprobación y lo guardo en su caja, - el sarcófago de rectas, le decían antes - cerrándola con cuidado.
Acomodándose en su habitáculo, el instrumento se sintió satisfecho, (en especial por la cara de envidia de "Arturito"). Esas manos no parecían de principiante.
Y mientras recordaba por última vez otras manos que lo habían mimado, soñó un instante con viejos crepúsculos y rectas meridianas diciéndose “no ha de ser tan difícil entender el griego después de todo”.
El sol ya se asomaba por el oriente y con los primeros rayos que alcanzaron la superficie del mar todos los murmullos se apagaron.
El enorme buque tanque navegaba silencioso, sólido, empujando más que cortando, las aguas cada vez mas azules. En la amurada de estribor cualquier gaviota que supiese leer, habría notado que debajo del recién pintado nombre "Olimpiad", la luz del sol naciente permitía reconocer una antigua inscripción: “Juan A. Lavalleja".

C/C (CG) Hernes F. Rodriguez
Febrero 1989

EL TRAJE DE MARCIANO. Cuento






Por: Hernes Rodriguez

Publicado en la Revista de la Liga Marítima del Uruguay


La ola se alzó, coronada de espuma y embistió la proa del pesquero. Deshecha en mil jirones terminó cayendo sobre la timonera con un sonido seco, cortante. Los vidrios demoraron algunos segundos en transparentar nuevamente dejando largos ríos chorreantes. A proa de la timonera todo es desorden, o así lo parece a los ojos del hombre que se aferra a la rueda del timón. Los nudillos blancos, los brazos entumecidos por el esfuerzo.
Que feo se está poniendo, pensó.
La barba de tres días le pica y el roce contra el cuello le produce escozor. Mientras el cuello empapado, rodeado con una vieja bufanda también empapada deja correr una gota atrevida que se desliza entre los omóplatos y busca la bajada de la espalda, muriendo contra la camiseta transpirada y provocándole un chucho de frío.
El hombre en la timonera no es un novato, no es la primera vez que se topa con un temporal. Pero esta vez algo es distinto. Esta vez todo salió mal, desde mucho antes de salir. José Luis pasó la cincuentena hace ya tiempo, bastante tiempo, y es un pescador de toda la vida. Hizo sus primeras salidas muy joven, en la época de aquel puñado de viejos pesqueros que fueron quedando de adorno festoneando el dique cintura y el fondo del muelle Mántaras, a medida que los achaques y las horas de marcha fueron venciendo de a uno sus motores y sus descascaradas estructuras.
A veces siente que ya es tiempo de quedarse en el muelle junto a los abandonados cascarones y dejar el paso a los jóvenes que vienen floreciendo
- Que va - pensó - nada ni nadie me espera en tierra.
Mientras arqueaba una ceja se esfuerza en ver el cabo en la proa que se tesaba nuevamente. Hace algunas horas que en las entrañas del pesquero, el jefe y el jovencito motudo que hace las veces de ayudante, tratan de poner en marcha el motor. Desde entonces están a la deriva. Pocos ruidos más intranquilizantes a bordo, que el ruido a "silencio" después que un motor se fue quedando de a poco.
Por la mente de José Luis paso la imagen que contempló hace algo más de media hora. El jefe, con una mancha de grasa brillante y oscura desde la oreja al extremo del mentón, el puñado de estopa mugrienta asomando del bolsillo trasero del mameluco. Semi agachado junto al metal enfermo. El pelo entrecano la espalda encorvada sobre un abultado vientre. A la luz débil de una tortuga bastante sucia y de una portátil que le va sosteniendo un muchachito de pelo crespo, va recorriendo la maraña de caños y mangueras, cables colgantes y válvulas. Tocando aquí, ajustando allá, buscando, buscando.
¿Cuánto hace que le dije que se iba a plantar José? ¿Cuántas veces le pedí unos días a muelle, tranquilo para revisar? Ahora no me venga a presionar hago lo que puedo. Un calor subió del vientre hasta el rostro del hombre en el timón. No estaba acostumbrado a que le hablaran en ese tono, ni aún el jefe con quien lo unía una antigua amistad de mar, muelles y boliches. En otro tiempo hubiera contestado, rápido, como un revés a semejante desplante. Esta vez no pudo, se dio vuelta y subió a trompicones la escalerilla, tragándose con fuerza la saliva.
¡Otra ola mal encapillada, pucha!
El amasijo de cajones de plástico de hace un rato, ahora es menor. De a poco se van escapando. O así le pareció a José Luis. El cabo en la proa se estira otra vez. Uno de los extremos firme al cabrestante, el otro casi 100 metros a proa a dos redes, a modo de ancla de capa. Así han logrado mantener la proa al oleaje desde la avería. Los otros cuatro hombres, detrás de la cabina, en el pequeño compartimiento que hace las veces de cocina y comedor. Mojados y con frío se aferran a cualquier cosa firme cada vez que el pesquero cabecea y se escora violentamente.
Desde su puesto, José Luis mira de reojo el equipo de VHF. Está silencioso hace rato. La batería finalmente terminó por agotarse. Afortunadamente pudo comunicarse antes con la estación de control marítimo.
Menos mal que pude avisar a la empresa, pensó. Don Enrique sabrá que hacer – Don Enrique - Tantos años trabajando para él y ahora también le está fallando.
Los tiempos cambian José Luis, había dicho, hay que aceptar las normas, en definitiva son por nuestro bien.
Por nuestro bien, continuó pensando. A mi nadie va a enseñarme lo que tengo que hacer y menos una chiquilina.
Ya una vez José Luis tuvo que flotar casi una hora hasta que lo pudieran recoger del agua. Claro que era pleno febrero y hacia calor. Claro que tenía aquel enorme cajón de madera que se fue con él. Así y todo demoró largo rato en poder mover las manos y expresarse en forma coherente. Cuando, en aras del progreso y de la seguridad la gente de la flota pesquera tuvo que ir en grupos a los cursos de supervivencia, no se sintió demasiado molesto. En definitiva en tantos años ya había pasado por cosas así. Dos por tres un papel nuevo, un nuevo documento a tramitar. La gente como él, salida de abajo, cuando no existían escuelas para pescadores, solía encontrar dificultades.
¡Escuelas Marítimas! como si fuera posible leer en un papel lo que yo aprendí en años de salir al mar.
Cuando le llegó el turno él también marcho con su grupo. No es que le trataran mal. Al contrario el jovencito ese se portó educadamente, muy ufano en su uniforme recién planchado, recitando su perorata. Inclusive la cosa fue interesante, en especial las películas donde unos rubios de ojos claros subían y bajaban balsas y hacían la pantomima de abrir paquetitos de raciones con los salvavidas puestos. Siempre a la voz de oficiales de bermuda blanca.
Estos gringos
Otra ola vino a cortar sus pensamientos, ésta vez la salpicadura tuvo destellos plateados. El sol, entre los nubarrones hacia fuerza para dejarse ver.
No falta mucho para la noche don José ¿no?
Se dio vuelta para ver a sus espaldas. Dos de los muchachos lo miraban con cara de preocupación. Uno de ellos tenía bajo el brazo un salvavidas y un sobre de nylon con algo de color naranja dentro. José Luis por un momento se quedó mirando las tiras del salvavidas que rozaban el piso mojado, siguiendo el compás de la escora. En seguida observó las caras.
Falta todavía, estate tranquilo que pronto va ha quedar el motor.
Y dejáte de embromar con ese traje de marciano que hoy no lo vas a necesitar.

Pero don José, con el agua que está entrando en la bodega y sin la bomba...
No te preocupes, ya me comuniqué hace rato…
Por si te tranquiliza - agregó - anda un barco de la Marina cerca, me pidió la posición cuando llamó. No nos ven en el radar por el mal tiempo pero están por allí nomás.
Cuando se dio vuelta hacia la proa sus pensamientos volaron otra vez a tierra. - Lo que realmente le había molestado había sido tener que representar para el grupo la payasada de ponerse el traje de marciano. Ese traje de neopreno y él fueron enemigos declarados desde el primer instante. Cuando había logrado hacerse un nudo con los pantalones, el cierre trancado a mitad de camino, la capucha puesta al revés y sin poder hacer nada con esos guantes tan grandes y gruesos, a un gesto del oficial que daba la clase, una flaquita de pelo descolorido, enfundada en un uniforme demasiado holgado, se había aproximado a ayudarlo.

¡No se puede creer! ¡A donde vamos a parar!
Su idea de la Marina, había sido siempre la de aquellos pendencieros divertidos, casi siempre medio mamados, rondando por la calle Juan Carlos Gómez. Y ahora esa chiquilina que lo miraba como diciendo: serás bruto… pretendía enseñarle como subirse el cierre.
No gracias mijita, le había dicho, si la necesito para alguna otra cosa le aviso.
La muchacha se había puesto roja, pero no bajó la cabeza y le contesto con los ojitos brillantes -
Mijita no señor, Cabo, Cabo de Primera González… y si no da vuelta esas correas va a terminar sentado en el piso, abuelo.
La última palabra la pronuncio clarita, como vengando el "mijita".
Fue el acabose, menos el instructor, el resto de la gente se rió a más no poder.
A partir de allí todo lo que quisieron enseñarle entraba por una oreja y salía por la otra. El traje de marciano fue blanco de su desprecio desde ese momento.
Cuando, junto con las balsas nuevas que se instalaron abordo, repartieron en sus sobres los trajes de neopreno, revoleó el que le tocaba sobre la cama y terminó tirado detrás del taquillero.
Mientras José Luis se acordaba de la flaquita de pelo descolorido, entre dos rolidos metió la mano dentro del pesado gabán y sacó la pequeña botella plana otra vez.
Un buen trago para el frío, y que los vasos se contraigan y se distraigan. Vagamente recordaba algo sobre el efecto negativo del alcohol sobre el frío, algo relacionado con la hipotermia, pero no estaba para ponerse académico.
Afuera todo seguía gris y marrón, en serio que estaba entrando agua, en ocasiones el barco le parecía más pesado, más reacio a enderezarse y sacudirse el agua que lo barría.
Las mentadas balsas hace rato que no están. Se las había llevado un golpe de mar mezcladas con un montón de cajones de pescado vacíos.
Metió la mano otra vez tanteando la botella. La tenía en los labios cuando sintió la voz del Jefe.
Otra vez haciendo macanas José Luis, y con este frío, déjese de embromar.
No contestó; puso la tapa y con una mano volvió a tomar la rueda.
¿Y? ¿Queda o no queda? preguntó conciliador.
Mire, entre el agua que chorrea y se amontona allá abajo, el motudo que está en un chivo solo y la luz que se apaga a cada rato...no la veo.
Porque no llama para que se arrime alguien por las dudas.
Con la cabeza hizo un gesto hacia la cajita de plástico, silenciosa en su rincón.
¿Con qué?
El Jefe se quedó con el rostro sombrío y se acodó en una banda tratando de sacar un cigarrillo seco del paquete.
Una hora más tarde José Luis realmente se empezó a preocupar, el pesquero parecía descoordinado y torpe. Los muchachos de cubierta estaban apretujados con él en la timonera. Se habían puesto los trajes de inmersión de neopreno anaranjado, con los salvavidas por encima. El Jefe había bajado a buscar al motudo y a equiparse también él. Los muchachos estaban pálidos, ya no se hacían bromas ni comentarios cuando algo se caía y rodaba por el piso. El miedo parecía olerse por sobre el gasoil y la transpiración.
En babor Don José, a la derecha del guinche… ¡mire!
Trató de forzar la vista en esa dirección.
Entre los rociones, a mitad de distancia al horizonte, una mancha oscura se aproximaba, levantando en cada cabeceo un surtidor blanco.
¿Están tranquilos ahora? El barco de la Armada. ¿No les dije que había comunicado?
A ver si cambian esas caras
José Luis a pesar del rechazo al equipo nuevo, y su papelón con la flaquita – Cabo de Primera, mejor dicho - tenía gran respeto por esa gente.
Muchas veces cuando en pleno temporal entraba a puerto con un suspiro de alivio, se cruzó con una de esas naves grises que salía a buscar un compañero en apuros; otras veces un porteño sorprendido por el Pampero en medio del Río.
Se les reconoce enseguida por la radio -se dijo- tienen ese tonito impersonal y autoritario, a veces condescendiente como si hablaran con chiquilines chicos.

Por un instante recordó un incidente hace una montonera de años en que el Banco Ingles se tragó un puñado de hombres sin distinguir entre náufragos y salvadores. Su respeto creció. Volvió a mirar la mancha gris que se acercaba, ahora él también mas tranquilo.
Los muchachos, ahora acompañados por el Jefe y el motudo, se apretaban contra los cristales de babor, afirmados a cualquier cosa. Casi irreconocibles, enfundados en neopreno naranja y con los salvavidas puestos.
Trajes de marciano, pensó José Luis.
El Jefe tenía en la mano un par de bengalas.
Vaya a ponerse el equipo don José, dijo uno de los marcianos.
Casi lo fulminó con la mirada, como si no supieran del papelón que pasó por culpa de uno de esos disfraces.
Por si hay chapuzón...yo digo…el agua esta refría.
Las últimas palabras fueron casi un susurro.
A media milla de distancia, la mole gris aminoró la marcha y buscó el mar con la proa para evitar el rolido.
En el puente, a cubierto del mal tiempo varios pares de prismáticos se mantenían sobre el pesquero que corcoveaba y se sacudía el agua. Se veía malherido.
En un rincón una cara casi adolescente insistía en llamar por un micrófono.
Nada Comandante… no me recibe, deben estar sin energía.
El que parecía mayor de los presentes, sentado en una silla con reminiscencias de sillón de consultorio dental, asintió con la cabeza y corrigió el rumbo dirigiéndose al timonel - a proa y medio metro más abajo.
El MOB listo Comandante, maquina probada y dotación a la orden.
Una silueta enfundada en un traje de marciano igual al que usaban abordo del pesquero entregaba novedades.
La cabeza volvió a asentir. Le preocupaba esa gente en el pesquero. Queda muy poca luz para decidirse y para peor sin comunicaciones.
Ojalá estén equipados como Dios manda.
Le tranquilizaba saber que en la última entrada a dique, el pescante de estribor había sido modificado para acomodar uno de esos nuevos botes de rescate.
Era hora, las otras dos fragatas los tenían hacía casi seis meses. De cualquier manera tenía una dotación bien entrenada.
Después de las UNITAS habían estado en comisión abordo de una de las fragatas gemelas y practicaron todo lo practicable en esos rechonchos lanchones. Inclusive en mar gruesa.
Abordo del pesquero José Luis tenía el corazón en un puño.
Finalmente el cabo de proa había quedado completamente en banda.
O había faltado más allá de su vista o las redes se terminaron por soltar. Lentamente los rolidos se empezaron a acentuar mientras el barco derivaba y la proa se abría del viento cayendo a estribor. Una ola embarcó por el costado de babor y se dio contra la casillería.
Desde la timonera sonó como si los hubiera embestido un carguero. El agua entraba por todos lados, el siguiente rolido recuperó mucho más lento.
La inclinación a estribor se acentuó y las cosas que todavía no habían caído rodaron por el piso.
Jefe, las bengalas, esto no da para mas.
La voz de José Luis suena firme pero apremiante. El Jefe abre la puerta de sotavento, a estribor, y casi sale disparado de un bandazo.
La puerta se golpea una y otra vez quedando abierta. Por esa banda el agua se ve muy cerca.
La luz de la bengala trepa rápidamente mientras deriva, ardiendo en rojo-rosado brillante. En la media luz ambiente ilumina como un relámpago. Cuando deja de subir el viento la arrastra. Otra ya está subiendo.
En la proa del pesquero los hombres ya están afuera, aferrados a un pasamano. Siete figuras, seis de ellas con traje de marciano. La séptima, irreconciliable con los tiempos, de gabán oscuro y con un salvavidas circular pasado por un brazo hasta el hombro.
Sienten el frío, con la cara empapada por los rociones. Uno de ellos tiembla violentamente, las manos casi insensibles.
Entre la cortina de salpicones, José Luis distingue el barco gris, ahora muy cerca. De su banda de estribor se descuelga, extrañamente veloz un bote semi-cerrado; lo tripulan unos marcianos anaranjados… tres o cuatro.
El bote los busca con la proa cabeceando y rolando como loco. De pronto una ola más grande que el resto lo atropella como un tren. El bote mete la banda, la casillería completa en el agua. Muestra la hélice. Los siete hombres en el pesquero lanzan un grito al unísono que se lleva el viento.
Menos de un segundo después de un latigazo el bote emerge, se endereza, se sacude el agua y sigue avanzando. Los marcianos abordo chorrean agua, firmes a sus arneses de seguridad.
El pesquero se está hundiendo. Irremediablemente perdido, con la popa bajo el agua se sacude sus ocupantes en sus últimos estertores dejándolos dispersos y a la deriva.
José Luis abrazado al salvavidas trata de mantener la cabeza fuera del agua.
Sus muchachos están a poca distancia. Alcanza a ver sus cabezas color naranja subiendo y bajando en contraste con el gris y marrón del mar.
El bote está casi junto a uno de ellos.
Que frío…
Apenas puede pensar, mientras trata de pasar el salvavidas sobre su cabeza. No siente las piernas, ahora no duele nada, en el chapuzón si. Parecía que se le clavaban mil agujas y el corazón le saltaba del pecho.
En lo alto de una ola ve al bote y un par de piernas naranja que son izadas.
Falta poco, se dice, falta poco.
Está tragando agua y apenas tiene fuerzas para toser.
Que lejos está el bote, ¿porque no vienen? Malditos marcianos…!!
El salvavidas se le escapa de las manos inútiles y se aleja con la corriente y el viento.
A una docena de metros los marcianos están recobrando al sexto náufrago. El patrón se esfuerza buscando al restante. Grita a su gente, que prendidos a las barandillas buscan en la oscuridad del gris una cabeza de pelo canoso.
José Luis ya no se asoma. Una fracción de segundo atrás creyó ver el bote cruzando a su lado. Casi podía haberlo tocado.
Mientras se van cerrando sus ojos y la oscuridad lo envuelve, pasa por su mente como un destello, la cara de una chiquilina flaquita, uniformada y de pelo descolorido que le había vapuleado la dignidad. En ese último suspiro, se dio cuenta de lo mucho que le recordaba a otra flaquita, también de pelo descolorido que tanto lo hiriera al abandonarlo, una punta de años atrás.



La Convención para la Seguridad de la Vida Humana en el mar (SOLAS) recomienda el uso de los trajes de supervivencia o inmersión, en forma especial por las dotaciones de rescate. Los mismos deben mantener el cuerpo de un náufrago en aguas a 0 - 1 grados centígrados por lo menos una hora sin que la temperatura del mismo descienda mas que 0,75 grados centígrados.
Los botes MOB (man over board) o de rescate, diseñados expresamente para cumplir esa función en mal tiempo, deben cumplir, para ser aprobados, con excepcionales requerimientos de estabilidad, velocidad y maniobrabilidad incluyendo izado y arriado.
Desafortunadamente, las reglas del SOLAS no son completamente aplicables en su obligatoriedad. Entre otros a: buques de guerra y buques pesqueros. (CAP I Regla 3 "excepciones").-

Thursday, December 08, 2005

EL ALMA DE UN CACHORRO. Cuento

EL ALMA DE UN CACHORRO

Por: Hernes Rodriguez
Al ROU “Salto”, y a quienes alguna vez lo tripularon. Montevideo 1999






A veces es muy delgada la línea que separa la historia de la leyenda.
Para que un hecho histórico y rigurosamente documentado entre en el campo, mucho más emocional y vago de la leyenda tiene que reunir características muy especiales que lo distinga. Así ocurre con el que nos ocupa.

Que un buque tiene alma es una verdad no demostrada pero verdad al fin. Así creen –creemos- todos los que a las cosas del mar han entregado su existencia. Un alma que trasciende el simple conjunto de chapas y maquinaria que lo componen. Un alma que se nutre de la savia y del esfuerzo de los que abordo de el van viendo transcurrir el tiempo. Un alma que da características especiales al buque que la posee; almas aguerridas, almas perezosas, almas elegantes, almas soñadoras. Así es para todos los buques que navegan en los mares.
Los que saben mucho de mares y de sueños; que saben que las gaviotas no chillan sino que saludan, que las estrellas no titilan sino que hacen guiñadas, cuando ven un buque casi podrían describir el alma que lo acompaña.

Aquellos buquecitos tenían un alma alegre como un duende. Casi parecían tres cachorros juguetones cuando cruzaron el océano desde la lejana Europa, para querenciar en las aguas marrones del Río de la Plata y del Uruguay, allá por la década del treinta.
Generaciones y generaciones de marinos pasearon por sus cubiertas. Y ellos con los años empezaron a ser adultos. Aprendieron a conocer todos los rincones de aquellos ríos, canal por canal, isla por isla. Pero su alma se mantuvo incambiada, siempre tuvieron alma alegre.
En la década del cuarenta, mostraron el pabellón nacional trepando el Paraná y el Paraguay hasta Asunción en un histórico viaje.

El irreversible paso del tiempo se hizo notar. Primero uno y luego otro fueron retirados del servicio. Algunos restos, en una imagen casi obscena para quienes aprendieron a quererlos, permanecen con sus remaches oxidados, tirados entre montones de despojos marinos a los fondos de un dique.
Todavía frente al mar, el alma de esos restos insepultos, vio a sus hermanos cachorros continuar con la tarea para la que fueron creados. Y si es cierto que el alma de un buque sufre, esa debe haber sufrido mucho.

Uno solo de ellos continuó navegando hasta el limite de sus fuerzas, y un día hace ya muchos años su cansada maquinaria fue sustituida; sus viejos diesel cambiados, su cubierta y casco remozados. Tal vez por carencia de otras unidades, tal vez por respeto por ese cachorro cuarentón, que a pesar de los achaques seguía siendo ágil y veloz en su tarea, imperturbable al paso del tiempo.

Otros buques fueron llegando. Más nuevos, mejor equipados, y comparados con el guardacostas, enormes. Ellos miraban al buquecito, transformado en reliquia y hasta se sonreían en forma compasiva. Con el tiempo también se fueron yendo. Agotados los metales y con las maquinas sin vida de tanto mar y viento. Terminaron de muchas formas. Algunos en las voraces fauces de una laminadora después que un pico de corte los fraccionara en pedazos irreconocibles. Otros con la dignidad perdida en un muelle-asilo donde sus entrañas oscuras solo son recorridas por roedores. Algún otro, más afortunado, descansa en las dulces aguas del río, esperando ser transformado en plataforma para pescadores y remeros. Triste final para un noble buque, acostumbrado a la sobriedad del ropaje gris, ahora vestido de colores brillantes y sintiéndose como un viejo equino transformado en caballo de calesita.
Nuestro sobreviviente -venerable anciano- aún navegaba. Marinos jóvenes, mucho más que él, siguieron aprendiendo en su cubierta las faenas de la profesión.
Aún paseaba – orgulloso - su gallardete y su pabellón, en su estampa de pequeño destructor. Si el alma de los buques ríe estoy seguro de haberla escuchado; en alguna noche de insomnio - fondeado en el río - riendo con las gallinetas que vagabundeaban en las riberas.

En unos años gloriosos volvió a remontar el Paraná y el Paraguay para mostrar sus bronces relucientes junto a buques de otras banderas. Muchos le recordaban a el y a sus hermanos, y admiraron su estampa.

Pero todo tiene su fin. Y un día, pasados ya los 60 años de servicio el viejo guardacostas no pudo más. El problema ya no se soluciona cambiando y remendando, los achaques son demasiados. Fríos números y gráficas decretan el abandono contra un muelle. Pronto quedará sin tripulación, sin Pabellón, sin gallardete que represente el mando y el orgullo de un hombre. Es el final tan temido. Y el alma del cachorro sufre, rodeada de manchas de aceite y esperando ser invadido por alimañas y depredadores.

La noticia corrió entre los hombres de la Armada. Ocupados por las nuevas tecnologías, para muchos pasó desapercibida. Para algunos, especialmente los que lo navegaron, fue una triste nueva que un día tenían que recibir. Unos pocos sintieron una amarga rebeldía y se negaron a aceptar que así ocurriese.
El guardacostas no puede terminar con el vientre abierto, mostrando las entrañas en un pastizal. Despojado de bronces y mobiliario, con los vidrios rotos. Con el alma en pena añorando el agua.
Alguien recordó la mítica marcha de los elefantes a su última morada. Enfermos y añosos los paquidermos abandonan por su pie la manada para dirigirse a un desconocido lugar, donde sus restos se calcinarán al sol junto a los de sus ancestros. Lejos de la vista de la manada, inmortales en su recuerdo.

Se dieron órdenes. El guardacostas fue pintado. Se enarboló su más nuevo pabellón. La magia de un genio maquinista permitió que las hélices se prepararan para girar -solo un rato- despacio y con gran esfuerzo.

Finalmente una tardecita, sin mayores ceremonias, el anciano se fue separando del muelle a poca maquina. Dirigió una mirada al desierto muelle, donde no estaba ninguno de sus camaradas mayores. Muchos ojos le acompañaban desde los edificios. Algunos trabajadores del puerto entrados en años, tragaron saliva con fuerza.
Si las almas de los buques piensan, esa realmente estaba resignada. Ahora seguramente el varadero! Se imaginó saliendo del agua como un anciano de piernas flacas y blancas, luego, el remolque sobre una anguila hasta un rincón donde no moleste. Si por lo menos viese el agua.

Lentamente y gobernado con firmeza fue aproximándose a la boca del puerto.
Al través de escolleras pudo verlos.
Fuera del puerto aguardaba la Flota. Engalanados los buques, repletas las cubiertas y entrepuentes de marinos con uniforme de paseo.
Fragatas, Barreminas, Buques de Servicios, el Buque Escuela con todo el trapo izado. Hasta los patrulleros jóvenes que bromeaban con él en el litoral se movían inquietos e irrespetuosos entre los mayores.
Una banda empezó a tocar la marcha de la Armada.
Como un anciano paquidermo, navegó por última vez frente a la manada, y de cada uno de sus compañeros recibió una mirada de despedida.
Algunos aseguran que al pasar frente a las fragatas y los barreminas escucharon sobre los acordes de la banda la Canción del Adiós en francés y una versión champurreada de Lily Marlene en alemán. Seguramente fue una ilusión, porque en ese momento sobrevoló la formación una agrupación aeronaval que así saludaba al camarada.
En el extremo del canal puso rumbo oeste -como aquel coloso extranjero que también tuvo un digno final en nuestras aguas – y detuvo sus máquinas. Se fondeó a barba de gato por última vez y algunas embarcaciones menores fueron retirando la tripulación.
Abordo el joven Comandante dio una recorrida final y entregó novedades al Almirante que lo aguardaba.

Abiertas las válvulas de fondo; embarcaron en una lancha con el libro de bitácora bajo el brazo, dirigiéndose al insignia de la formación.
Cientos de ojos brillantes contemplaron con las luces del ocaso, como el guardacostas se fue hundiendo lentamente, junto con el sol, en las aguas marrones.
Cuando se posó sobre el fondo, en la que sería su morada final, un balizador fondeó una boya con su nombre, a su lado. Si las almas de los buques saben sonreír complacidas, estoy seguro que la de aquel guardacostas lo hizo.
Pasados muchos años, cuando los buques de la Armada salen de puerto - y de acuerdo al ceremonial impuesto aquel día - rinden honores a estribor al través de esa boya. Mudo recordatorio de un buque que descansa después de más de 60 años de historia, y que ahora navega en la leyenda.



El autor, C/N (CG) Hernes F. Rodriguez, fue Comandante del ROU 14 “SALTO” desde 1990 a 1992, habiendo sido posteriormente Comandante de la División Patrulla de la Fuerza de Mar, en la Armada de Uruguay.
El buque al que se hace referencia, el Guardacostas SALTO, existió efectivamente, habiendo prestado servicios más de 60 años. El final que tuvo no es el del relato, habiendo terminado sus días tal como no debería haberlo hecho. Con pena y sin gloria.

Monday, December 05, 2005

Comenzando un blog.

Con fecha 5 de diciembre de 2005, creamos este blog para comunicarnos con amigos, intercambiar notas e información.